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Todo el día me insultan en mi propia cara
    al rendir culto a ídolos en sus huertos sagrados
    y al quemar incienso en altares paganos.
De noche andan entre las tumbas
    para rendir culto a los muertos.
Comen carne de cerdo
    y hacen guisos con otros alimentos prohibidos.
Sin embargo, se dicen unos a otros:
    “¡No te acerques demasiado, porque me contaminarás!
    ¡Yo soy más santo que tú!”.
Ese pueblo es un hedor para mi nariz,
    un olor irritante que nunca desaparece.

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